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Cuando el prestamista te dice en qué gastar
Por Daniel Temperoni
Así vamos yendo los argentinos por el camino del endeudamiento externo y eterno.
Una constante histórica que inauguró Bernardino Rivadavia en 1824 con la Baring Brothers, quien abandonó el gobierno para irse a trabajar con los ingleses y murió mucho antes de que la Nación terminara de pagar casi 21 millones de libras esterlinas recién en 1904.
Durante esos 80 años pasaron muchas cosas, mientras en 1822 se creó el Banco de Descuentos, desde el cual se triangularon bonos y papeles de todos los colores y tamaños en detrimento del país y en favor del Reino Unido.
En 1957 el gobierno de facto en nuestro país quiso emular al presidente que dio su nombre al sillón presidencial y sacó el primer crédito del flamante Fondo Monetario Internacional.
La historia no se ha detenido y los últimos acuerdos llegaron en 2018 con el envío de 44.000 millones de dólares.
Como cada vez que se pidió dinero prestado desde la gestión pública, la población recibió los ajustes y recortes en todo aquello que significó la prestación de servicios esenciales que brinda el Estado en todos sus niveles.
Las eventualidades internacionales y las propias, en cada caso, repercutieron fuertemente en la macroeconomía del país y de sus habitantes.
Un estornudo de Brasil siempre fue una gripe para Argentina, mientras que una fiebre mundial terminó siendo un cuadro de terapia intensiva a nivel interno.
Hoy no es distinto después de la aparición de las Letras de Liquidez en la anterior gestión presidencial, que no alcanzaron para cubrir los desfasajes del gasto público y que llevaron a la llegada de la monumental cantidad de Derechos Especiales de Giro por parte del FMI que alcanzaron al 60% de la cartera de deudores de ese organismo internacional.
El actual gobierno cerró una forma de pago que incluyó emisión, sesgo a los subsidios y encolumnamiento total de las reservas a la auditoría trimestral.
En plena campaña electoral ya aparecieron otras visiones más restrictivas que hablan de generar un shock a corto plazo hasta alcanzar las jubilaciones, los convenios laborales y otros derechos sociales.
Es que el problema mayor que ha tenido la deuda externa para nuestro país, pasó siempre por la subordinación al prestamista de turno que terminó diciendo en qué gastar.
