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domingo 01 de octubre de 2023

Por Fabrizio Zotta

El resumen de la semana de Presente continuo

viernes 04 de agosto de 2023
El resumen de la semana de Presente continuo

El próximo viernes, a esta hora (son las 10 de la mañana del viernes 4 de agosto de 2023) estaremos en veda electoral. Desde las 8:00 del viernes 11, empezarán a regir algunas prohibiciones. Así lo establece el artículo 71 del Código Nacional Electoral, en el que se lee que la veda debe comenzar 48 horas antes de la apertura de los comicios, y terminar 3 horas después del cierre. Es decir, hasta las 21:00 del domingo 13.

Esta medida es otra de las consecuencias de las campañas que están llegando a su fin por estas horas. La idea es simple: después de haber escuchado durante 40 días a los candidatos, es tiempo de un espacio de reflexión para los votantes, y por eso quedan vedadas varias actividades, que van desde organizar reuniones proselitistas, hasta portar armas; pasando por el expendio de bebidas alcohólicas y la difusión de encuestas o sondeos.

¿Cuáles son las sanciones? De dos meses a dos años de prisión. Así lo dice el artículo 140 del Código Electoral, que pena a “quien con engaños u otras artimañas indujere a otro a sufragar en determinada forma o a abstenerse de hacerlo”.  Falta, para todo eso, una semana. Pero da la sensación de que las campañas están jugadas, porque no se ven en el horizonte grandes sorpresas. Puede ser tiempo, entonces, de pensar juntos algunas conclusiones, un poco parciales todavía, pero no por eso menos concluyentes.

¿Dónde estuvo el esfuerzo? Sin dudas en la instalación de un temperamento. Si miramos en detalle en qué invirtieron tiempo nuestros precandidatos contendientes el foco no estuvo puesto en la creatividad audiovisual de sus campañas, como en otras oportunidades; ni tampoco en agrandar actos políticos en microestadios, en los ya pasados de moda 360, ni tampoco -eso ya lo sabemos- en explicar cómo van a llevar a la práctica los títulos periodísticos a los que suelen llamar “propuestas”.

El esfuerzo estuvo en instalar un carácter. Y esa bala nos entró a todos: en la maraña de estímulos que siempre es una campaña, hay que reconocer que entendimos el estilo que eligió cada uno. Así, Patricia Bullrich se instaló en el conflicto como motor del cambio tan anunciado; mientras que Horacio Rodríguez Larreta no se cansa de repetir el verbo dialogar.

Conforme fue avanzando la campaña, la discusión entre halcones y palomas que se había dado en ese espacio político le dio lugar a la diferencia sobre qué es lo que mueve a las placas tectónicas de los grandes cambios en la historia. Ambos apuntan a eso, a dar por terminado un ciclo al que le ponen el mote de “kirchnerismo”, para simplificar. Pero en un caso un estilo se define por la confrontación, entendiendo que confrontar es el movimiento natural hacia las transformaciones políticas, y en el otro caso la repetición del “creo en trabajar, trabajar y trabajar” larretiano ubica el centro de la construcción del futuro en algo más parecido a la administración que a la discusión y a la pelea.

¿Y enfrente? El estilo Massa del político profesional, siempre canchero y pícaro, le dio paso al hombre de gestión. El temperamento del ex superministro y ex supercandidato de la unidad no es aquel que proponía quitarles el IVA a los alimentos, ni mucho menos el que arengaba a terminar con los ñoquis de la Cámpora sobre los escenarios. Massa eligió el burócrata que ofrece iniciativas de gestión como anuncios de campaña y promete un futuro mejor al estilo “Yes, we can”, de Obama: una esperanza basada en la ilusión. Por eso, Massa basa su temperamento en que lo que va a movilizar a los votantes no es el conflicto, ni el diálogo, sino la ilusión.

La ilusión en política es un tema fascinante, porque muchos de nuestros errores o aciertos están basados en distintos tipos de ilusiones. Claro que, cuando se convierten en desilusiones, no tienen una explicación racional, sino que son reemplazadas por nuevas esperanzas, y así. Por eso la ilusión no suele dejar enseñanzas, no aprendemos mucho de ellas.

Cuando veo, después de cada elección, los mapas de Argentina que se van pintando de colores, y que se pasa de uno a otro sin mucha racionalidad, pienso siempre en lo que un sociólogo francés solía decir: “la mayor ilusión sería subestimar el poder de la ilusión”. Massa nos dice que “defenderá la Patria”, nos dice que “lo que viene es mucho mejor”: pone su estrategia en la ilusión, y espera. ¿Qué espera? Que la economía que él mismo conduce no lo contradiga.

¿Y Javier Milei? Quizá haya dos: el que fue hasta el comienzo de la campaña y el que es hoy. El temperamento Milei se desplegó revulsivo en la campaña 2021 y en los primeros amaneceres de esta campaña, pero algo cambió en él. Ya no grita tanto, ya no putea, ya no cita con frecuencia a sus maestros austríacos. El sistema de a poco te va a acomodando, porque si no, no podés sobrevivir en él.

Pero lo importante de Milei es lo que podríamos llamar “el factor Milei”, es decir es lo que generó en el sistema político argentino: todos tuvieron que definirse, se acercaron o se alejaron de él porque veían que empezaba a atraer a los jóvenes, que canalizaba broncas sociales. Milei los llevó a todos a pronunciarse a favor en contra. No hubo ningún otro candidato en estos últimos años que haya logrado eso, porque aparecieron otras figuras nuevas, Facundo Manes, por ejemplo, o Carolina Losada; o Roberto García Moritan. Ninguno ni siquiera pudo despeinar al sistema, Milei, que a la vista está que sabe de despeinar, sí lo hizo.

¿Y qué pasó en Mar del Plata? También de tercios, como se decía de la elección general, pero entre dos fuerzas. La atención -y la tensión- electoral en Mar del Plata se juega entre tres personas: Guillermo Montenegro, Fernanda Raverta y Gustavo Pulti. Este último no va por la intendencia, pero volvió a la centralidad a partir de lo que aporta a un armado en contra del oficialismo. El temperamento de Pulti siempre fue la gestión, y desde una postulación a un cargo legislativo eso suele ser difícil. Sin embargo, habló de Mar del Plata, de su experiencia como intendente. Fue el que le puso cara y nombre propio a lo que viene denunciando Raverta: gestiones eran otras, no precisamente esta.

Fernanda Raverta apuesta desde hace tiempo al amor como el verdadero motor de la política. Desde aquel “método y ternura”, que se escuchaba en 2019 su imagen, su forma de expresarse, su manera de entender la campaña está cruzada por la idea del amor y su relación con la política. “Solo el amor convierte en milagro el barro”, dice su biografía de Twitter, citando a Silvio Rodríguez.

¿Y Montenegro? Nos lo dijo a nosotros aquí, en Presente Continuo: su campaña iba a estar basada en no hacer campaña. Su temperamento está anclado en la cercanía, en darle su teléfono a quien se lo pida, en hacer que sus equipos llamen e intenten resolver cada pedido. En el discurso de Montenegro no hay nada que importe más que hacer convincente la idea de la horizontalidad, de que no hay distancia entre el vecino y quien lo gobierna. No importa qué hay que hacer, qué falta o qué deudas pendientes quedan, lo que importa es parecer uno más y seguir convencido de que lo que mueve al voto no es la gestión, sino la ilusión de cercanía.

Y podríamos seguir, candidato tras candidato, porque serán 27 las boletas con precandidaturas a presidente que habrá el domingo 13 de agosto en el cuarto oscuro. Podríamos también, porque ahora viene ese tiempo, especular con los resultados, hacer apuestas como aquellas martingalas que usaban los que iban al casino o a los burros. Pero no lo vamos a hacer, al menos hoy.

En cambio, nos vamos a preguntar qué nos dejó, que nos está dejando, esta campaña. Lo más elemental, es cansancio, es cierto. Pero también mucho de indiferencia. Escaso clima electoral, aunque esas dos palabras tendrán mayor peso en esta semana que empezará el lunes. Allí va a delinearse el voto, en lo que llaman el “sprint” final.

Nos dejó también incertidumbre, porque nada de lo que parecía que iba a estar claro finalmente lo está, ¿o acaso podemos decir que el oficialismo está terminado?, ¿o podemos decir que la oposición capitalizó un mal gobierno? ¿Podemos decir que el vendaval Milei arrasará en las PASO y que entra al eventual ballotage?; ¿Podemos decir que un ministro de Economía al que se le dispara el dólar y la inflación no puede ganar una elección?; ¿Podemos decir que la abstención será la más votada en las PASO?

La verdad es que las respuestas a todas esas preguntas son inciertas. Y eso nos da un poco de desazón, porque el tiempo de responder esos interrogantes no es otro que este, el que va a terminar más o menos a esta hora el próximo viernes cuando empiece la veda.

Ha sido una campaña de temperamentos, de estilos, de formas de ser. Habrá convencido a algunos, para otros tendrá gusto a poco. Al cerrar la introducción a su libro “La estrategia de la ilusión”, ya que hablamos tanto de ella, el escritor y semiólogo italiano Umberto Eco dice “Considero mi deber político invitar a mis lectores a que adopten frente a los discursos cotidianos una sospecha permanente”.

Y yo, en el último resumen antes de la veda, me sumo a su pedido.

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